Paradojas

El Diccionario de la RAE define la voz paradoja como Idea extraña u opuesta a la común opinión y al sentir de las personas". Esta semana de oración me acordaba de las imágenes que se dan en Semana Santa, y todas me llevan a relacionar con esta palabra que, en muchas reflexiones se concluye con la "Paradoja de Dios en la Cruz". Tan ausente se ve a Jesús en la cruz, y ahí se concentra la fuerza salvífica para el mundo.

Nos encontramos en la historia de la pasión de Cristo con las paradojas del amor, la libertad, y la presencia de Dios, imágenes que se repiten constantemente en las últimas horas de Jesús.

Amor:
Ya el mismo discurso de Jesús en el evangelio de Juan nos remite al mandamiento mismo: "Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos", pero se cierne entre la indiferencia, el egoísmo y el miedo. No hay amor verdadero cuando la duda y el temor egoísta se cierne en el corazón de las personas. Jesús mismo se da cuenta de que este momento que está viviendo se da esta paradoja tan profunda. El miedo que se cierne a lo largo del juicio a Jesús, sus dolores, y su llegada a la cruz, en que los mismos discípulos se asustan, quieren salvar la vida, no buscan darla o morir por aquel que nos enseña que el amor más grande es darse por otros.

Libertad:
Jesús murió para que nosotros fuéramos libres, es una frase que leemos en los textos paulinos, mas las imágenes que vemos en que Judas, coludiéndose con los Sacerdotes y enemigos de Jesús, lo vende por treinta monedas de plata, el valor que tiene un esclavo en la época. Jesús es entregado para los sumos sacerdotes y al Sanedrín como un esclavo, al cual le quitan la libertad. Para los romanos es entregado como reo, con ello nos damos cuenta que no son sus captores los que lo llevan al patíbulo de la muerte, sino que es Cristo quien se entrega a este momento.

La palabra entregar en latín se dice tradere, la misma para tradición y traición, en ese juego nos damos cuenta que es Jesús quien transforma la traición en entrega amorosa y salvífica. Jesús no rehuye al dolor y al sufrimiento, sino que lo asume como la consecuencia del amor de Dios al mundo, que vive este sufrimiento sin darse cuenta del mismo.

La presencia de Dios:
Ha de ser uno de los momentos más fuertes en la historia de la Salvación, la frase de Jesús: "Elí, Elí, lamma sabactani", muestra la fuerza del silencio de Dios, que viendo el dolor humano se ha quedado en silencio, humanamente estamos viendo en la cruz a un hombre desnudo, humillado en su honda intimidad, no queda nada más que mostrar, simplemente la humillación del dolor, de los espasmos de su cuerpo, y la burla de los que no están en ese suplicio. Pero ahí es donde brilla la presencia del Dios que se hace solidario en el sufrimiento más profundo del ser humano, que tapa su pecado, la desnudez de Dios hecho hombre, que no ve al cuerpo sino que ve a la persona, volviendo a la inocencia de Adán. Restituye a todo hombre y a todo el hombre. Es la mayor paradoja, pues Dios se hace presente en la mayor ausencia, Dios no teme ver al hombre desnudo, pero el hombre por su desnudez no quiere ver a Dios. Es en Jesús cuando el hombre vuelve inocentemente su mirada hacia Dios.

Todo esto no tiene sentido, sin el grito de Dios que hace a su creación resucitando a Jesús, quien inaugura el cielo y saca de los infiernos a todos los justos que esperaron ver cumplida la promesa de Dios.

Pues bien, esas son tres paradojas que se viven en los últimos instantes de Jesús, pero también ese día muere otro hombre en un madero, Judas; también otro hombre se le hace juicio y rechaza el reconocer a Dios con su palabra, Pedro. Si nos fijásemos bien en la esencia de estos días podríamos incluso ver la belleza de ese Dios que es absurdo para la sabiduría de los hombres y así superar el mayor trauma que vivimos los cristianos hasta el día de hoy, pensar que la cruz es sinónimo única y exclusivamente de dolor, sino que es redención amorosa y presencia privilegiada de este Dios solidario en la soledad.

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