No os entristezcáis, ni lloréis; porque todo el pueblo lloraba al oír las palabras de la ley

"No os entristezcáis, ni lloréis; porque todo el pueblo lloraba al oír las palabras de la ley"(Neh 8,9). Me acordé de este momento tan bello y tan sublime cuando Nehemías, con el fin de reconstruir al pueblo de Israel, no tan solo con sus murallas y el templo quiso también reconciliar el corazón del Pueblo con la lectura continuada de la Ley que Dios le había dado a Moisés, y que desde el destierro no habían escuchado en su totalidad, cuando leí la noticia de que iba a ser televisada la lectura de la Biblia con motivo del Sínodo de la Palabra de Dios en la Vida de la Iglesia.

Puede sonar a publicidad, pero también creo que es un muy buen momento para rescatar el valor de estas 1200 personas, incluyendo a Benedicto XVI que comenzaron a leer continuadamente toda la Biblia, es el mensaje completo y no por trozos el que nos revela el amor que Dios tiene a los hombres, para llevar esperanza a esta vida que, en algunos momentos está tan cegada en el contexto acelerado y que no nos hace detenernos en lo esencial de la vida misma. Es volver a escuchar, a detenernos y prestar atención a nuestra propia vida que pasa, porque la Biblia es eso: el paso de Dios en la Vida del hombre, ese ser que es totalmente otro que se hace partícipe de la vida nuestra hasta llegar al punto de compartirla como uno de nosotros, y que nos lleva a su propio encuentro.

La lectura de las Sagradas Escrituras nos lleva a enfrentarnos a nuestra propia vida, pero de una manera más iluminada, con la pedagogía misma de Dios que es cercano a todas nuestras experiencias, desde el dolor mismo de la soledad y el abandono completo, pasando por el escarnio, y llegando hasta las elevaciones más hermosas del alma, en el amor humano (tal como lo manifiesta el libro del Cantar de los Cantares), y llegando a la intimidad misma del alma del ser humano (como lo manifiesta el libro del Deuteronomio, o los hermosos textos de los salmos), tocando el perdón por medio de Dios con nosotros, el Emmanuel, para sobrepasar todos estos caminos para descansar en la esperanza de una tierra nueva y un cielo nuevo, como nos lo anuncia la lectura del Libro del Apocalipsis.

No es menor que nosotros como hombres y mujeres, que viven y se alimentan de la Palabra de Dios se nos llenen de lágrimas los ojos al momento de una palabra de consuelo, como es la Palabra dada por Dios, sino que es un momento de alegría, un oasis para el alma, un bálsamo para el camino de la vida. En aquel versículo de Nehemías se encierra la esperanza del encuentro con quien es la palabra de Dios, Jesucristo, y es en él en que cobra sentido toda la lectura que harán nuestros hermanos durante este tiempo.

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