Sínodo Sobre La Palabra de Dios En La Vida De La Iglesia

Ya en varias páginas de Internet se han hecho comentarios acerca del Sínodo de Obispos sobre la Palabra de Dios en la Vida de La Iglesia, es un hecho que la convocatoria realizada hace dos años por Benedicto XVI va a ser un acontecimiento de actualización sobre la realidad que vivimos millones de cristianos que se dejan iluminar por la Palabra de Dios.

Por varios enlaces se ha hecho hincapié sobre la participación ecuménica e interreligiosa, también sobre la participación femenina en este sínodo, pero pocos han ido a preguntarse del porqué de un Sínodo sobre la Palabra de Dios en la Vida de la Iglesia. Si bien es cierto el tema de la hermenéutica bíblica, su interpretación y los estudios que se han hecho (especialmente "el estudio de las formas" y el análisis "histórico crítico"), contribuyeron a una mejor comprensión y actualización de las Sacradas Escrituras, hoy en día también hace falta renovar el Espíritu que nos motiva a vivir conforme a la voluntad de Dios.

Aquí les dejo la introducción del texto de trabajo del Sínodo.

Porqué un Sínodo sobre la Palabra de Dios



«Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y tocaron nuestras manos acerca de la Palabra de vida, —pues la Vida se manifestó y nosotros la hemos visto y damos testimonio y os anunciamos la Vida eterna, que estaba vuelta hacia el Padre y que se nos manifestó— lo que hemos visto y oído os lo anunciamos, para que también vosotros estéis en comunión con nosotros. Y nosotros estamos en comunión con el Padre y con su Hijo, Jesucristo. Os escribimos esto para que nuestro gozo sea completo» (1 Jn 1,1-4).

1. «En el principio existía la Palabra» (Jn 1,1). «La palabra de nuestro Dios permanece para siempre» (Is 40, 8). La Palabra de Dios abre la historia con la creación del mundo y del hombre: «Dijo Dios»(Gn 1, 3.6 ss.), proclama el centro de esa misma historia con la encarnación del Hijo, Jesucristo: «Y la Palabra se hizo carne» (Jn 1, 14), y la concluye con la promesa segura del encuentro con Él en una vida sin fin: «Sí, vengo pronto» (Ap 22, 20).

Es la suprema certeza que Dios mismo, en su infinito amor, quiere dar al hombre de todo tiempo, haciendo de su pueblo un testigo de ello. Es este misterio grande de la Palabra como supremo don de Dios que el Sínodo desea adorar, agradecer, meditar, anunciar a la Iglesia y a todos los pueblos.

2. El hombre contemporáneo muestra de tantas maneras tener una gran necesidad de escuchar a Dios y de hablar con Él. Hoy entre los cristianos se advierte un apasionado camino hacia la Palabra de Dios como fuente de vida y gracia de encuentro del hombre con el Señor.

No sorprende, por lo tanto, que a tal apertura del hombre responda Dios invisible, que Amovido de amor, habla a los hombres como amigos, trata con ellos para invitarlos y recibirlos en su compañía».[1] Esta generosa revelación de Dios es un evento continuo de gracia.

Reconocemos en todo esto la acción del Espíritu Santo, que a través de la Palabra desea renovar la vida y la misión de la Iglesia, llamándola a una continua conversión y enviándola a llevar el anuncio del Evangelio a todos los hombres, Apara que tengan vida y la tengan en abundancia» (Jn 10, 10).

3. La Palabra de Dios tiene su centro en la persona del Cristo Señor. Del misterio de la Palabra la Iglesia ha hecho una constante experiencia y reflexión a lo largo de los siglos. «Qué creéis que es la Escritura sino la palabra de Dios? Cierto, son muchas las palabras escritas por la pluma de los profetas; pero único es el Verbo de Dios, que sintetiza toda la Escritura. Este Verbo único, los fieles lo han concebido come semilla de Dios, su legítimo esposo, y, generándolo con boca fecunda, lo han confiado a los signos —las letras— para hacerlo llegar hasta nosotros».[2]

El Concilio Vaticano II, con la Constitución dogmática sobre la Divina Revelación Dei Verbum, compendia el Magisterio solemne de la Iglesia sobre la Palabra de Dios, exponiendo su doctrina e indicando su puesta en práctica. Ella, en efecto, lleva a cumplimiento un largo camino de maduración y de profundización, marcado por las tres Encíclicas Providentissimus Deus de León XIII, Spiritus Paraclitus de Benedicto XV, Divino Afflante Spiritu de Pío XII;[3] camino, incrementado por una exégesis y por una teología renovada, enriquecido por la experiencia espiritual de los fieles y oportunamente citado en el Sínodo de los Obispos del 1985[4] y en el Catecismo de la Iglesia Católica. Después del Concilio, el Magisterio de la Iglesia universal y local ha promovido con insistencia el encuentro con la Palabra, en la convicción que ésta «producirá en la Iglesia una nueva primavera espiritual».[5]

La Asamblea Sinodal se ubica, por lo tanto, dentro del gran respiro de la Palabra que Dios dirige a su pueblo, en estrecha relación con los precedentes Sínodos de los Obispos (1965-2006), en cuanto alude al fundamento mismo de la fe e intenta actualizar en nuestro tiempo los grandes testimonios de encuentro con la Palabra que encontramos en el mundo bíblico (cf. Jos 24; Ne 8; At 2) y a lo largo de la historia de la Iglesia.

4. Más específicamente, este Sínodo, en continuidad con el precedente, desea iluminar el intrínseco nexo entre la Eucaristía y la Palabra de Dios, puesto que la Iglesia debe nutrirse del único «Pan de vida que ofrece la mesa de la palabra de Dios y del Cuerpo de Cristo».[6] Es éste el motivo profundo y al mismo tiempo el fin primario del Sínodo: encontrar plenamente la Palabra de Dios en Jesucristo, presente en la Escritura y en la Eucaristía. Afirma San Jerónimo: «La carne del Señor es verdadero alimento y su sangre verdadera bebida; es éste el verdadero bien que nos es reservado en la vida presente, nutrirse de su carne y beber su sangre, no solo en la Eucaristía, sino también en la lectura de la Sagrada Escritura. En efecto, la palabra de Dios, que se alcanza con el conocimiento de las Escrituras, es verdadero alimento y verdadera bebida».[7]

Pero antes de proceder, es oportuno preguntarse, a distancia de más de 40 años del Vaticano II, qué frutos ha dado el documento conciliar Dei Verbum en nuestras comunidades, cuál ha sido su real recepción. Indudablemente, en relación a la Palabra de Dios, han sido alcanzados muchos resultados positivos en el pueblo de Dios, como la renovación bíblica en ámbito litúrgico, teológico y catequístico, la difusión y práctica del Libro Sagrado a través del apostolado bíblico y del dinamismo de las comunidades y movimientos eclesiales, la disponibilidad creciente de instrumentos y subsidios de la comunicación actual. Sin embargo, otros aspectos permanecen todavía abiertos y problemáticos. Graves aparecen los fenómenos de ignorancia e incertidumbre sobre la misma doctrina de la Revelación y de la Palabra de Dios; es notable el alejamiento de muchos cristianos de la Biblia y persiste el riesgo de un uso incorrecto de la misma; sin la verdad de la Palabra se hace insidioso el relativismo de pensamiento y de vida. Se ha hecho urgente la necesidad de conocer integralmente la fe de la Iglesia en la Palabra de Dios, de ampliar, con métodos adecuados, el encuentro con la Sagrada Escritura de parte de todos los cristianos y, al mismo tiempo, de abrirse a nuevos caminos que el Espíritu sugiere hoy, para que la Palabra de Dios, en sus diversas manifestaciones, sea conocida, escuchada, amada, profundizada y vivida en la Iglesia, y así se transforme en Palabra de verdad y de amor para todos los hombres.

5. El objetivo de este Sínodo es eminentemente pastoral: profundizando las razones doctrinales y dejándose iluminar por ellas, se desea extender y reforzar la práctica del encuentro con la Palabra como fuente de vida en los diversos ámbitos de la experiencia, proponiendo para ello a los cristianos y a cada persona de buena voluntad, caminos justos y cómodos para poder escuchar a Dios y hablar con El.

Concretamente, el Sínodo se propone, entre sus finalidades, contribuir a iluminar aquellos aspectos fundamentales de la verdad sobre la Revelación, como son la Palabra de Dios, la Tradición, la Biblia, el Magisterio, que impulsan y garantizan un válido y eficaz camino de fe; encender la estima y el amor profundo por la Sagrada Escritura, haciendo que los fieles tengan «fácil acceso» [8] a ella; renovar la escucha de la Palabra de Dios, en el momento litúrgico y catequístico, especialmente con el ejercicio de la Lectio Divina, debidamente adaptada a las diversas circunstancias; ofrecer al mundo de los pobres una Palabra de consuelo y esperanza.

Este Sínodo, por lo tanto, quiere dar al pueblo de Dios una Palabra que sea pan; por ello se propone promover un correcto ejercicio hermenéutico de la Escritura, orientando bien el necesario proceso de evangelización y de inculturación; desea alentar el diálogo ecuménico, estrechamente vinculado a la escucha de la Palabra de Dios; quiere favorecer la confrontación y el diálogo judío-cristiano,[9] más ampliamente el diálogo interreligioso e intercultural. El Sínodo intenta realizar estos y otros objetivos, siguiendo tres pasos:

— la Revelación, la Palabra de Dios, la Iglesia (capítulo I),
— la Palabra de Dios en la vida de la Iglesia (capítulo II),
— la Palabra de Dios en la misión de la Iglesia (capítulo III).

Esto permitirá unir simultáneamente el momento fundacional y el momento operativo de la Palabra de Dios en la Iglesia.

Estos Lineamenta no tienen, por lo tanto, la intensión de expresar todas los motivaciones y las aplicaciones del encuentro con la Palabra de Dios, mas, a la luz del Vaticano II, indicar aquellas esenciales, subrayando al mismo tiempo el dato doctrinal y la experiencia in acto, invitando a aportar ulteriores y específicas contribuciones.

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