El Rostro de Cristo (Gregorio Nazianceno)
Hemos de alegrarnos en vez de entristecernos cuando prestamos algún beneficio.
Si quitas las cadenas y la opresión, dice la Escritura, esto es la avaricia, la reticencia, las dudas y las palabras quejumbrosas, ¿qué resultará de ello?
Algo grande y admirado. Una recompensa. Brillará tu luz como la aurora. Enseguida te brotará la carne sana. ¿Y quién hay que no desee la luz y la salud? Por esto, si ustedes me juzgan digno de alguna atención, siervos de Cristo, hermanos y coherederos suyos, visitemos a Cristo siempre que se presente la ocasión.
Alimentemos a Cristo, vistamos a Cristo, demos albergue a Cristo, honremos a Cristo. No solo en la mesa como Simón. No solo con ungüento, como María. Ni solo en el sepulcro, como Joséde Arimatea. Ni con lo necesario para la sepultura, como aquel que amaba a medias a Cristo, Nicodemo. Ni, por último, con oro, incienso y mirra, como los magos. Sino que, ya que el Señor de todo quiere misericordia y no sacrificios, ya que la compasión está por encima de la grasa de millares de carneros, démosela en la persona de los pobres y de los que están hoy echados en el polvo, para que, al salir de este mundo nos reciban en las moradas eternas, por el mismo Cristo nuestro Señor, a quien sea la Gloria por los Siglos.
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