Mi Comentario a la primera parte de "Deus Caritas Est" (Benedicto XVI)


Una primera lectura


Es cierto que han habido muchos comentario de la primera encíclica del Papa Benedicto XVI, con buenos elogios y muchas llamadas de atención sobre el lenguaje que usa el Romano Pontífice (directo, franco, de un hombre que vive la caridad); personalmente, cuando la estuve leyendo, me fui dando cuenta, en una primera lectura del mismo documento, que hay una profunda y permanente riqueza del misterio de la fe judeo - cristiana en éste; y que, leyéndose más de una vez, saboreando sus párrafos lenta y detenidamente, me encuentro con un hombre que quiere, sacar cosas nuevas de las antiguas enseñanzas. Tales enseñanzas son de la misma humanidad, que en su profunda riqueza, son iluminadas por el evangelio de Jesucristo.

Dios es Amor


Sólo con el título nos vamos adentrando en el misterio mismo de Dios, y que está impreso también en el corazón del hombre, y por consiguiente de todos los cristianos. De ahí, que en la introducción el Sumo Pontífice diga firme y fuertemente que: "No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva".(DCE 1)

La unidad del Amor

Me es importante destacar que hable del concepto de unidad del amor. El amor, como concepto lo va desarrollando a lo largo de la primera parte, para ello recurre a la filosofía, al lenguaje, a la historia y a la tradición de la Iglesia. Utiliza como concepto base el "UNO", representado en el hombre y en la mujer en el matrimonio (llamados a ser una sola carne, como dice el texto de Génesis), también configura esa unidad el cuerpo y el alma (tomado bellamente de la constitución apostólica Gaudium et Spes, 14); uno es también el amor, pero tiene diferentes conceptos para aplicar, de allí que se haya extendido tanto para aplicar sus distinciones entre philia, eros, y agapé, pero especialmente en un binomio: eros - agapé. Nos encontramos con un discurso que nos dice: uno, el hombre y la mujer en el matrimonio, uno, cuerpo y alma en la persona, uno, eros y agapé en el amor; ¿puede conjugarse algo así? Pues en la encíclica, de una manera magistral, se conjuga el eros con el agapé, descenso y ascenso. Un eros disciplinado que lleve a la propia donación, que siginifica el profundo y verdadero encuentro entre personas, no entre objetos; por eso es que Benedicto XVI dice que no hay que reducir el eros a "sexo", porque el hombre se reduce a una simple mercancía.

Luego, y es uno de los pocos textos pontificios en que he visto este acercamiento lingüistico, maneja dos conceptos hebreos para designar el amor, para definirlo como: "ocuparse del otro y preocuparse por el otro" (DCE 6).

La discusión filosófica no queda ajena en este documento, sino que lleva a resumirla de forma tal que en vez de resaltar la división que los pensadores han hecho entre eros y agapé, muestra su justa complementación, de ahí que juegue con las figuras bíblicas de descenso y ascenso de la escalera de Jacob, con las figuras de los matrimonios de los profetas que buscan a sus esposas que los abandonan, o el padre que busca a su hijo en el desierto, todo esto porque Dios se encuentra personalmente con el hombre y no por medio de una idea o concepto, Dios mueve personalmente al hombre hacia su encuentro por medio de la gracia, y el hombre responde, motivado por esta gracia, con el acto de fe. La unidad del amor, desde Dios, queda expresada de la siguiente forma: El eros de Dios para el hombre, es a la vez agapé.

La impronta cristológica del documento

Si bien es cierto que el centro de la revelación es Jesucristo, también es cierto que cada día se actualiza en el misterio del su cuerpo y de su sangre dada para la salvación nuestra. El sacramento del amor, para el cristiando ha de ser la Eucaristía, vivida como la experiencia del eros de Dios que se entrega en Jesucristo, en que la fe, el culto y el ethos, se complementan. El amor no es imposición, nadie obliga a amar, pero el amor obliga a dar, como lo decía san Agustín: "ama y haz lo que quieras". En el misterio eucarístico encontramos la profundidad de la donación de Dios, el abandono mismo, el silencio del amor y del que sabe amar. Dios invisible, pero presente, que está acompañándonos, en medio de nuestras alegría y nuestras penas, caminando junto a nosotros y animándonos en su Espíritu. El amor no es solamente un sentimiento, que va y que viene, sino que ese sentimiento se va purificando con la voluntad y el entendimiento, pasa a ser una opción profunda por el otro.

Comentarios

  1. Hola amigo: No he logrado ver la razón de no eliminar "al susodicho" ( ¿Lord Voldemort, el innombrable de Harry Potter? :) ) pero deben ser buenas, creo yo.

    ¡Por supuesto que me alegrará que me enlaces en tu sitio!. Escribimos por una necesidad de expresión, ¿no? Yo haré lo mismo, pero ya te digo, ¡soy exigente! bastante fregada en buen chileno, y no me has defraudado hasta acá. Bienvenido a mis amigos blogeros :)

    Visita a mis otras amistades de acá, creo que te gustarán y te darán mucho tema del bueno.

    Saludos otra vez, ¡"¡nos cateamos!"

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